La violencia de
género y el amor romántico
El amor romántico es la
herramienta más potente para controlar y someter a las mujeres, especialmente
en los países en donde son ciudadanas de pleno derecho y donde no son, legalmente,
propiedad de nadie. Son muchos los que saben que combinar el cariño con el
maltrato hacia una mujer sirve para destrozar su autoestima y provocar su
dependencia, por lo tanto utilizan el binomio maltrato-buen trato para
enamorarlas perdidamente y así poder domarlas.
“Por amor” las mujeres nos
aferramos a situaciones de maltrato, abuso y explotación. “Por amor” nos
juntamos con tipos horrendos que al principio parecen príncipes azules, pero
que luego nos estafan, se aprovechan de nosotras, o viven a costa nuestra. “Por
amor” aguantamos insultos, violencia, desprecio. Somos capaces de humillarnos
“por amor”, y a la vez de presumir de nuestra intensa capacidad de amar. “Por
amor” nos sacrificamos, nos dejamos anular, perdemos nuestra libertad, perdemos
nuestras redes sociales y afectivas. “Por amor” abandonamos nuestros sueños y
metas, “por amor” competimos con otras mujeres y nos enemistamos para siempre,
“por amor” lo dejamos todo…
Este “amor” nos convierte en seres dependientes y egoístas, porque
utilizamos estrategias para conseguir lo que anhelamos, porque nos enseñan que
una da para recibir, y porque esperamos que el otro “abandone el mundo” del
mismo modo que nosotras lo hacemos. Es tanto el “amor” que sentimos que nos
convertimos en seres amargados que vomitan diariamente reproches y reclamos.
Si alguien no nos ama como amamos nosotras, este “amor” nos hace
victimistas y chantajistas (“yo que lo doy todo por ti”). Este “amor” nos lleva
a los infiernos cuando no somos correspondidas, o cuando nos son infieles, o
cuando nos abandonan: porque cuando nos hemos dado cuenta, estamos solas en el
mundo, alejadas de amigas y amigos, familiares o vecinos, pendientes de un tipo
que se cree con derecho a decidir por nosotras.
Por eso este “amor” no es amor.
Es dependencia, es necesidad, es miedo a la soledad, es un conjunto de mitos,
pero no es amor.
Toda esta contención se rompe
cuando la esposa decide separarse e iniciar sola su propio camino. Como en
nuestra cultura vivimos el divorcio como un trauma total, las herramientas de
las que disponen los varones son pocas: pueden resignarse, deprimirse,
autodestruirse (algunos se suicidan, otros se enzarzan en alguna pelea a
muerte, otros conducen a toda velocidad en sentido contrario), o reaccionar con
violencia contra la mujer que dicen amar.
Ahí es cuando entra en juego la maldita cuestión del “honor”, el máximo
exponente de la doble moral: los hombres de manera natural persiguen hembras,
las hembras deben morir asesinadas si acceden a sus deseos. Para los hombres
tradicionales, la virilidad y el orgullo están por encima de cualquier meta: se
puede vivir sin amor, pero no sin honor.
Millones de mujeres mueren a
diario por “crímenes de honor” a manos de sus maridos, padres, hermanos,
amantes, o por suicidio (obligadas por sus propias familias). Los motivos:
hablar con un hombre que no sea tu marido, ser violada, o querer divorciarse.
Un solo rumor puede matar a cualquier mujer. Y estas mujeres no pueden
emprender una vida propia fuera de la comunidad: no tienen dinero, no tienen
derechos, no son libres, no pueden trabajar fuera de casa. No hay forma de
escapar.
Las mujeres que sí gozan de
derechos, sin embargo, también se ven atrapadas en sus relaciones matrimoniales
o sentimentales. Mujeres pobres y analfabetas, mujeres ricas y cultivadas: la
dependencia emocional femenina no distingue entre clases sociales, etnias,
religiones, edad u orientación sexual. Son muchas en todo el planeta las
mujeres que se someten a la tiranía del “aguante por amor”.
El amor romántico es, en este
sentido, una herramienta de control social, y también un anestesiante. Nos lo
venden como una utopía alcanzable, pero mientras vamos caminando hacia ella,
buscando la relación perfecta que nos haga felices, nos encontramos con que el
mejor modo de relacionarse es perder la libertad propia, y renunciar a todo con
tal de asegurar la armonía conyugal.
Es vital que entendamos que el
amor ha de estar basado en el buen trato y en la igualdad. Pero no solo hacia
el cónyuge, sino hacia la sociedad entera. Es fundamental establecer relaciones
igualitarias en las que las diferencias sirvan para enriquecernos mutuamente,
no para someternos unos a otros. Es también esencial empoderar a las mujeres
para que no vivamos sujetas al amor, y también enseñar a los hombres a
gestionar sus emociones para que puedan controlar su ira, su impotencia, su
rabia, y su miedo, y para que entiendan que las mujeres no somos objetos
personales, sino compañeras de vida.
El amor no puede estar basado en
la propiedad privada, y la violencia no
puede ser una herramienta para solucionar problemas. Las leyes contra la
violencia de género son muy importantes, pero han de ir acompañadas de un
cambio en nuestras estructuras emocionales y sentimentales. Para que ello sea
posible, tenemos que cambiar nuestra cultura y promover otros modelos amorosos
que no estén basados en luchas de poder para dominarnos o someternos. Otros
modelos femeninos y masculinos que no estén basados en la fragilidad de unas y
la brutalidad de otros.
Tenemos que aprender a romper con
los mitos, a deshacernos de las imposiciones de género, a dialogar, a disfrutar
de la gente que nos acompaña en el camino, a unirnos y separarnos en libertad,
a tratarnos con respeto y ternura, a asimilar las pérdidas, a construir
relaciones bonitas. Tenemos que romper con los círculos de dolor que heredamos
y reproducimos inconscientemente, y tenemos que liberar a mujeres, a los
hombres y a los que no son ni una cosa ni otra, del peso de las jerarquías, de
la tiranía de los roles, y de la violencia.
Coral Herrera Gómez
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